25.3.10

Ramón Gaya. Lazos de retorno. Ángel Polvoriento

Ando bastante liado y no tengo tiempo para escribir ni unas palabras, por eso hoy, a un día del Viernes de Dolores, principio de la Semana Santa de Murcia he creido conveniente publicar un artículo de Ramón Gaya, que este año ha salido en la revista "Nazarenos" de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Murcia y que en 1934, escribió Ramón Gaya para La verdad.
Cuando lo leí la otra noche me pareció maravilloso. Aquí os lo dejo para que lo disfrutéis y si queréis, podéis opinar sobre él.



El durmiente de Salzillo. 1975.
Óleo/lienzo. 73 x 92 cm.
Lazo de retorno
Ángel Polvoriento
La Verdad. “Letras y Artes”. 24 de mayo de 1934

Entrando en Murcia se me rompen los años de distancia, y ese día cualquiera olvidado, se acerca a mí, que este hoy se convierte en día doble, cargado de dos vidas.
Lo más bello de Murcia es el polvo. Lo que dota al paisaje de esa finura japonesa, de esos atardeceres densos, es el polvo. El polvo ha puesto en la arquitectura sus dedos como plumas descansando. La Puerta del Perdón y el Palacio Episcopal han ganado mucho con esta caricia blanca, con esta lluvia leve que ha quedado apoyada en los aleros, en los salientes de los escudos, sobre los vientres de los ángeles, en cada mejilla de piedra rosa.
El polvo es clave y llave de Murcia. Señor don Pulcro, señor don Limpio, si no se olvida usted de sí, no podrá penetrar nunca en el misterio murciano. Y sin traspasar su misterio nada es Murcia. Porque Murcia no es bonita, ni linda, ni amable. Una ciudad bonita es Santiago de Compostela o Ávila, un lugar lindo es Nimes o Versalles y un aire amable es Galicia. Murcia, extrañamente bella. Porque tampoco es Cádiz, aunque Cádiz sea su más y mejor hermano.
El río Segura no es de agua; es de tierra encendida. Y el verdadero río de Murcia es el Malecón. Polvo todo, hasta los ríos. Pero el polvo murciano no está muerto, no es polvo de ruina, de ese que hay cuando ha pasado la guerra; no es un despojo nunca. El polvo de Murcia vive, está latiendo, respira como las hormigas, y todo él es eso, un hormiguero claro, diminuto, caliente.
El día sube rápido. No hay luz matinal. Ya ciego, desde el Malecón, desaparecido el contorno de todo por este sol que rompe, se destruyen también las distancias, y el paisaje es como una piedra ardiendo, como un torso aquí en los ojos. Con este peso de luz, cautivo de la siesta, encontré una cúpula en lo lejos donde asirme y dos torres (iglesia de San Antolín) que me aliviaron la mañana. Eran como una promesa de mar azul. Eran tres tulipanes hacia abajo que adornaban la hora de ternura.
Y por aquí puede bajarse, y entrar por una calle como un pasillo, por una calle intermediaria entre este mundo de huerto y rama viva que es el Malecón, con ese otro mundo de balcones ciegos, cerrados como voz enlutada. Y Salzillo.
Y Salzillo en su encierro preso. Porque al no ser escultor no sabe vivir dentro de nada guardado. Necesita el aire y el polvo. Por eso está mal en Jesús. Su “Dolorosa” es más que una imagen y menos que una escultura. La mañana es su sitio, su sala propia, su museo. Las “figuras” de Salzillo necesitan de cómplices, la vida en torno, Murcia en torno, la luz más polvorienta cogiéndoles de la cintura.
Su “Verónica” es quizá la más ordenada de sus obras, pero no es la mejor. Para Salzillo es un peligro muy grave buscar la construcción y la forma, porque tropieza enseguida con lo falso. Y tampoco su falsedad le puede ser perdonada como a Rafael, porque en Rafael es belleza.
¿Con qué quedarnos entonces, con esa frialdad adornada de arte que es la “Verónica” o con tu emoción plebeya, tu gran emoción sin espiritualidad de la “Dolorosa”?
Con todo o con nada. Con todo si estás en la calle, Salzillo. Te queremos, te queremos solamente. Eres siempre humilde al hacer tu obra, y eso es un defecto grande para un artista. La bondad sí, el amor, la ternura, pero nunca la humildad, la humildad pobre.
Con la mañana, con el polvo, y el sol, te salvas.

Ramón Gaya